El psicoanálisis y el cine hacen una buena dupla. La
película no tiene vida en la pantalla sino en el espectador que la especula, la
forja y le encuentra una lógica a la sucesión de imágenes en movimiento
articuladas a un discurso. Más allá de las convenciones simbólicas compartidas
que permiten cierta interpretación de la
obra, cada uno la mirará desde su imaginario tomando de ella emociones,
recuerdos, criterios, prejuicios. Una película que volvemos a mirar pasado un
tiempo, la pensamos distinto, nos conmueven otras cosas, vemos algo que no
habíamos visto, ya es otra película.
Lo mismo ocurre en un análisis. Recapitulamos de
diferentes maneras la misma historia, una y otra vez, y no vemos con los mismos
ojos a los actores que la actúan en las sucesivas versiones. Los cambios de
edición, es decir, el lugar donde se corta la escena, modifica toda la
película.
Para disfrutar a pleno, nada como el cine. Hay otras
maneras de ver films, pero la oscuridad, el silencio, la obligación de apagar
celulares, la pantalla gigante, agudizan el placer de poner el mundo entre
paréntesis. Esto, sumado a la pasividad motriz, produce una suerte de
retraimiento narcisista, un retorno a lo infantil, una exacerbación emocional
que se despierta en ese estado hipnótico en el que nos sumergimos. Hay gente
que dice poder llorar sólo en el cine.
Por un rato nos olvidarnos de quienes somos para permitir
ser atrapados por las emociones, por los sentimientos, ser otros, esto implica
un enorme alivio. Pero no nos olvidamos del todo, nos vemos allí reflejados en
personajes o escenas, en otros que viven lo que hemos vivido y nos alivia no
sentirnos tan solos. Pero también gozamos viéndonos en el que nos gustaría ser,
y en el villano sin pagar ningún precio, sin arriesgarnos a nada, el protagonista
lo hace por nosotros. Otro objeto que se pone en juego en el cine es la “mirada”,
con la cámara y el ojo del director; un ejemplo sería cuando en alguna escena
de suspenso, cámara subjetiva, vamos subiendo la escalera, peldaño por peldaño,
ubicados en los mismísimos zapatos del personaje que lo está haciendo. Hay un
juego intermitente de inclusión y exclusión, la pantalla nos refleja y a su
vez, en su velo nos excluye.
Hay algunos directores que no tienen ninguna
consideración con el espectador, y lo incomodan, lo enfrentan con su división.
Como dice Zizek[i], Hitchcock
provoca una trampa identificatoria. “Suscita en el espectador un deseo sádico
de ver aplastar sin misericordia al malvado… goza con eso…y en cuanto el deseo
se realiza, retrocede con vergüenza... lo confronta con la naturaleza
contradictoria, dividida de su deseo.”
“El espectador se identifica consigo mismo como
pura mirada…como si fuera un testigo sin sustancia y los acontecimientos se
produjeran con independencia de su presencia pero Hitchcock lo obliga a
interpretar el deseo que opera en su mirada aparentemente neutra”.
Muchas veces la risa aparece como descarga de la tensión pudorosa que se produce cuando vemos en la pantalla desplegada nuestra intimidad.
Muchas veces la risa aparece como descarga de la tensión pudorosa que se produce cuando vemos en la pantalla desplegada nuestra intimidad.
Cuando un psicoanalista habla de alguna película, se
ocupa con frecuencia de despegarse del incómodo y falso reducto del
psicoanálisis aplicado. Se trata por el contrario, de servirse del film para
ver surgir allí una verdad, una verdad en su estructura de ficción. Servirse
del cine es una manera de enriquecer su praxis, servirse del arte que dice de
la belleza y de lo indecible. El psicoanálisis comparte con el arte la
curiosidad erótica por ese oscuro objeto del deseo.
1.
[i]Slavoj Zizek. Todo lo que usted quiso saber sobre
Lacan y nunca se atrevió a preguntarle a Hitchcock. Editorial Manantial.
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