martes, 4 de octubre de 2011

EL PSICOANÁLISIS Y EL CINE


El psicoanálisis y el cine hacen una buena dupla. La película no tiene vida en la pantalla sino en el espectador que la especula, la forja y le encuentra una lógica a la sucesión de imágenes en movimiento articuladas a un discurso. Más allá de las convenciones simbólicas compartidas que permiten cierta interpretación  de la obra, cada uno la mirará desde su imaginario tomando de ella emociones, recuerdos, criterios, prejuicios. Una película que volvemos a mirar pasado un tiempo, la pensamos distinto, nos conmueven otras cosas, vemos algo que no habíamos visto, ya es otra película.

Lo mismo ocurre en un análisis. Recapitulamos de diferentes maneras la misma historia, una y otra vez, y no vemos con los mismos ojos a los actores que la actúan en las sucesivas versiones. Los cambios de edición, es decir, el lugar donde se corta la escena, modifica toda la película.
Para disfrutar a pleno, nada como el cine. Hay otras maneras de ver films, pero la oscuridad, el silencio, la obligación de apagar celulares, la pantalla gigante, agudizan el placer de poner el mundo entre paréntesis. Esto, sumado a la pasividad motriz, produce una suerte de retraimiento narcisista, un retorno a lo infantil, una exacerbación emocional que se despierta en ese estado hipnótico en el que nos sumergimos. Hay gente que dice poder llorar sólo en el cine.

Por un rato nos olvidarnos de quienes somos para permitir ser atrapados por las emociones, por los sentimientos, ser otros, esto implica un enorme alivio. Pero no nos olvidamos del todo, nos vemos allí reflejados en personajes o escenas, en otros que viven lo que hemos vivido y nos alivia no sentirnos tan solos. Pero también gozamos viéndonos en el que nos gustaría ser, y en el villano sin pagar ningún precio, sin arriesgarnos a nada, el protagonista lo hace por nosotros. Otro objeto que se pone en juego en el cine es la “mirada”, con la cámara y el ojo del director; un ejemplo sería cuando en alguna escena de suspenso, cámara subjetiva, vamos subiendo la escalera, peldaño por peldaño, ubicados en los mismísimos zapatos del personaje que lo está haciendo. Hay un juego intermitente de inclusión y exclusión, la pantalla nos refleja y a su vez, en su velo nos excluye.

Hay algunos directores que no tienen ninguna consideración con el espectador, y lo incomodan, lo enfrentan con su división. Como dice Zizek[i], Hitchcock provoca una trampa identificatoria. “Suscita en el espectador un deseo sádico de ver aplastar sin misericordia al malvado… goza con eso…y en cuanto el deseo se realiza, retrocede con vergüenza... lo confronta con la naturaleza contradictoria, dividida de su deseo.”

“El espectador se identifica consigo mismo como pura mirada…como si fuera un testigo sin sustancia y los acontecimientos se produjeran con independencia de su presencia pero Hitchcock lo obliga a interpretar el deseo que opera en su mirada aparentemente neutra”.
Muchas veces la risa aparece como descarga de la tensión pudorosa que se produce cuando vemos en la pantalla desplegada nuestra intimidad.

Cuando un psicoanalista habla de alguna película, se ocupa con frecuencia de despegarse del incómodo y falso reducto del psicoanálisis aplicado. Se trata por el contrario, de servirse del film para ver surgir allí una verdad, una verdad en su estructura de ficción. Servirse del cine es una manera de enriquecer su praxis, servirse del arte que dice de la belleza y de lo indecible. El psicoanálisis comparte con el arte la curiosidad erótica por ese oscuro objeto del deseo.


1.       [i]Slavoj Zizek. Todo lo que usted quiso saber sobre Lacan y nunca se atrevió a preguntarle a Hitchcock. Editorial Manantial.

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